Las tales tías
reciben la instrucción y la compañía de madres, hermanas, abuelas y primas para
aprender a cumplir, con decoro, sus papeles de hijas, madres, esposas,
cristianas, pero en estas mismas mujeres, las tías, van a encontrar cobijo,
complicidad y fuerza para atreverse a ser simplemente mujeres. Temas como la
relación con el cuerpo, sexualidad, libertad, maternidad, religión, soltería,
infidelidad, relación con el padre y con el marido, relaciones prohibidas, como
el tabú del incesto, son abordados con tal normalidad que, con aparente
ingenuidad o ironía, va resquebrajando las certezas, las “leyes naturales” y
las “verdades eternas” elaboradas por una sociedad patriarcal, a través de sus
instituciones: el derecho, la familia, la religión, etc. La primera es la tía
Leonor, que “a los diecisiete años, se casó con la cabeza y con un hombre que
era justo lo que una cabeza elige para cursar la vida” y que nunca le faltó
nada de lo que una mujer debía desear. Pero tuvo tiempo y oportunidad de
encontrar la complicidad y el cobijo de su abuela, que la induce a librarse de
lo que en otros momentos le advirtiera: “si los primos se casan tienen hijos
idiotas”. Y como, según la abuela, “hay más vida que tiempo”, es ella misma la
que le da consejo para recupere la “práctica perdida”. La tía Fernanda es otra
de las tías. Ella tuvo la habilidad de hacer que en su jornada diaria le
cupieran, perfectamente, las obligaciones de esposa y madre de nueve hijos, de
cristiana acudiendo a los pobres y necesitados; de buscar un buen vino y de
escalar la azotea. Lo único que le causaba desbarajuste era la maldita
“cadencia”, causa de su extravío; hasta en el cuerpo se le notaba la
generosidad del caos que vivía. Motivo que la llevaba a discutir con Dios: “No
era justo. Tanta prima soltera y ella con un desbarajuste en todo el cuerpo...”
Pero cuando el dueño de la “cadencia” desapareció, la tía Fernanda pasó “doce
horas seguidas entre mocos y lágrimas”, a base de té de azar, tila y valeriana,
hasta que la “Divina Providencia le tuvo piedad”. Buenas y tan interesantes
como las historias de la tía Leonor y de la tía Fernanda son las historias de
la tía Elena, de la tía Cristina Martínez, de la tía Rosa... y la de todas las
otras, hasta llegar a la treinta y siete. Estas historias nos invitan a hacer
gimnasia mental, a pensar y a sonreír con sus inocentes y audaces
transgresiones, con las que se atreven a cuestionar el orden de las cosas. Con
las que también se atreven a colocar en cuestión las normas que social mente
fueron establecidas por otros, para que ellas las cumplan. Mujeres de ojos
grandes son cuentos inteligentes, divertidos, sagaces y críticos. Leyendo las
historias de las tías, es posible que encontremos, entre de ellas, alguna
sombra nuestra, de alguna de nuestras vecinas, amigas o, quizás también, de
nuestras enemigas. Es un libro que vale la pena leer y divulgar entre mujeres y
entre hombres que buscan un orden de las cosas diferente.
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